Acompáñame a la cocina de un claustro al 1557. Imaginemos a la monjita más hacendosa; iluminada con la llama de su amor a Dios, encendiendo los fogones. Vemos las humeantes pailas en las que la devota vertió mucha azúcar y algo de harina; olemos a canela, tú picas las frutas, yo bato la leche con los huevos frescos. Sor Carmela gira con sus manos curtidas la cuchara de palo mientras en la mezcla se funde a fuego lento, un ingrediente secreto: su fe. Al compartir sus delicias, la mística fórmula se derramó en la ciudad. Los dulces del Corpus son un surtido de caramelos, turrones y manjares, que los golosos habitantes de Cuenca, sean o no devotos, ruegan por comerse al menos uno. El centro de esta festividad es la veneración al “Cuerpo de Cristo”, a través de la hostia consagrada. Si bien es una festividad de origen cristiano europeo, llegó a América con la conquista española. Los dulces de Corpus Christi de Cuenca son bocados rellenos con el dulce amor de Dios, una tradición que está reconocida como la fiesta más dulce del mundo.